Columnas

Zinciro

Por Jaime Darío Oseguera Méndez

Zinciro, Michoacán, es una pequeña comunidad que se encuentra en el municipio de Erongarícuaro en la Riviera del gran Lago de Pátzcuaro. La estadística dice que apenas cuenta con quinientos habitantes. Como muchas de esas poblaciones, la gente se dedica a la agricultura de subsistencia sembrando maíz, algunas matas de frijol y en el mejor de los casos algunas cabezas de ganado, gallinas y hortalizas. Muchos de los hombres jóvenes trabajan como peones en la construcción o en faenas diversas en la zona.
Son comunidades marcadas por la migración, con ascendencia mayoritariamente indígena y tradición artesanal con una población que conserva el purépecha como lengua materna. Hay altos niveles de pobreza y marginación en la zona a pesar de que no están alejadas de centros de población más grandes como la cabecera municipal, Erongarícuaro o la ciudad central de la región que es Pátzcuaro.
Esta semana los padres de familia de la comunidad de Zinciro, denunciaron a través de La Voz de Michoacán que tienen “meses” sin maestros de preescolar en el plantel local que seguramente debe ser modesto, pequeño y con una gran cantidad de necesidades.
Esta demanda en una comunidad ubicada a menos de una hora de Morelia y con fácil acceso, sintetiza muchas de las graves fallas del sistema educativo estatal.
Ausentismo magisterial, abandono de las instalaciones, infraestructura insuficiente, disputas sindicales que provocan baja calidad educativa, deserción escolar y como consecuencia lógica menor calidad de vida con bajos niveles de bienestar para la población.
A menor educación mayor necesidad. O mejor dicho, más necesidades básicas insatisfechas. Es clara la correlación con los bajos niveles educativos, pobreza extrema, carencias de servicios públicos, vivienda, alimentación y acceso a la salud.
Se acentúa notablemente en las comunidades marginadas que no siempre están en lugares alejados en el medio rural. También en las poblaciones afectadas por la violencia donde los habitantes han sido obligados a desplazarse para salvarse del secuestro, extorsión, robo, violación o trabajo y reclutamiento forzado.
Encontramos además polígonos muy definidos en las zonas urbanas de pobreza extrema. Encima de este drama, algunos maestros no asisten.
Es increíble, bochornoso, inaudito, profundamente repugnante que gastando tantos miles de millones de pesos en el sistema educativo, aún siga habiendo ese rezago en Michoacán. La política educativa ha fallado. Es una pachanga. Permite el involucramiento a suerte de amasiato de facciones en las decisiones administrativas quienes tienen amenazada y secuestrada a la autoridad educativa por una razón muy clara: la ineficiencia y corrupción de años al interior de la Secretaría de Educación.
Miles de cheques salen para atender a quienes cobran en la burocracia y no existe la capacidad de cubrir la demanda de docentes. Es una forma de corrupción a vista de todos y el mayor absurdo: miles de plazas ocupadas por quienes no hacen nada, con la petición del pago, la exigencia de nuevas plazas y los niños sin maestros ni clase.
-Condenados al abandono
Se deriva de esta dinámica perversa, la deserción escolar altísima en nuestro sistema educativo. Si no hay maestros es más propensa la familia a desentenderse y a desestimar el valor de la educación como un fin en sí mismo, como el vehículo para obtener habilidades y capacidades para transformar la realidad. Si no van los maestros o son escépticos, se la pasan en grillas o disputas sindicales y sólo hacen la revolución en el discurso, las familias no mandan a sus hijos a la escuela prefieren lanzarlos al mercado de trabajo.
La falta de docentes también derivada del cambio en la pirámide poblacional, ha rezagado el nivel educativo entre polígonos de población pequeños, alejados y marginadas, lo cual perpetúa su condición de pobreza. En muchas de ellas no se podrá acreditar la terminación formal del actual ciclo escolar, simplemente porque no hay maestros.
La propia pandemia ha acelerado este proceso de deterioro educativo. Si regularmente no asisten los maestros, con la amenaza del COVID en los últimos dos años y medio, menos se han presentado.
Además en muchas comunidades se ha vuelto peligrosa la vida para los trabajadores de la salud y educación. Para nadie son desconocidas las amenazas y tampoco parece haber una respuesta muy clara sobre este asunto.
“No hay respuesta de las autoridades” dicen los padres de familia de Zinciro y “esto viene pasando cada ciclo escolar”.
Todo es el resultado de la disputa por el gran pastel de recursos de la educación. Es simplemente increíble y agraviante: tantos miles de millones, tantas plazas asignadas, disputas por las nuevas designaciones, paros, tomas y simplemente no hay un maestro de preescolar donde se necesita.
La ineficiencia de la autoridad y el cuestionamiento sobre las prácticas de corrupción al interior de la secretaría desde hace muchos años, ha provocado que los grupos sindicales también participen de las decisiones que constituyen una política pública educativa. Lo hacen para jalar agua a su molino.
Desde hace muchos años, la autoridad no es la única responsable de las decisiones educativas. Debería tener criterios transparentes, que eviten la saturación de las escuelas en zonas urbanas y el abandono en las rurales donde mas se necesita, pero su función se reduce a emitir cheques y rentar oficinas.
La corrupción al interior del sistema educativo, entre autoridades y sindicatos, provoca que los profesores se muevan de manera irregular y que las faltas, ausencias, inasistencias no necesariamente sean sancionadas porque siempre hay alguien que protege o se beneficia de las irregularidades.
La comunidad de Zinciro es solo un ejemplo que exhibe nuestras miserias.
Sin una política con objetivos claros, en el caos de la disputa permanente, ineficiencia y corrupción, no es difícil adivinar que estamos en los últimos lugares educativos del país.
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