
Los bellos durmientes y el malvado que los deja brujas
«La Grilla en Rosa» de Fabio (versión que quiere dormir y no puede)
Por salud mental y de las neuronas que todavía no vomitan cuando ven al Peje, hoy dedicaré este espacio a los ciudadanos, si es que quedan, que son la clave para que acabe la pesadilla del pejismo y la depredación de la secta.
Me lo pregunto porque, pese a las decisiones autoritarias, como negar a los ciudadanos la posibilidad de ayudar a los acapulqueños, no vi a nadie molestándose en serio por la imposición que el mesías puso para aprovechar a nombre del partido del crimen organizado la ayuda donada por todos los mexicanos bien nacidos.
Esa sociedad que se necesita activa y movida para frenar la destrucción de una buena vez sólo despierta de vez en cuando para defender INE’s y Xóchitls, pero poco se ven defendiendo al país.
Arrepentirse de haber votado por el psicópata macuspano no es suficiente. Ya que lo ayudaron a llegar; ese mismo activismo mostrado entonces deberían aplicarlo en hacer que salga de Palacio Nacional y se vaya a un CERESO, toda vez que casi diario y desde el circo tempranero ha cometido, participado y confesado delitos, transas e ilegalidades.
Los morenarcos viven desde antes de enquistarse en el poder de comprar votos, voluntades y favores en base a dinero público desviado con toda clase de argucias y trampas, mismas de las que se ha mantenido el Peje desde que brincó al escenario político nacional tras su tango de mal perdedor en las elecciones de Tabasco de 1988 y también en las de 1994 en el mismo estado, en la que empezó a monetizar -para decirlo en términos youtuberos- sus berrinches y le empezaron a dar muuuucha lana por dejar de hacerla de tos, cosa con la que crearon a un monstruo que no se sacia de recursos públicos ilegales.
Los mexicanos suelen ser bastante, ¿cómo decirlo elegantemente?, valemadristas cuando de política se trata, y se limitan a decir lugares comunes como «todos los políticos son iguales», «la política es una porquería, por eso no me interesa», «¿y mi voto de qué sirve, si no lo respetan?» Mientras al mexicano no le muevan cuatro cosas: sus creencias religiosas -generalmente católicas-, el futbol, las fiestas patronales de sus comunidades y el derecho a ponerse hasta el greñero con alcoholito de cualquier calidad y potencia, todo lo demás le vale una pura y dos con sal.
Por eso, y por la mala educación que viene desde la época colonial, cuando la Corona española decidió que lo mejor era dejar ignorantes e iletrados a los indígenas porque ya educados se volvían rebeldes y respondones (volver mensa a la niñez mexicana, como se ve, no es idea original del mesías), existe esa proclividad a dejarse comprar por un paquete de galletas Marías a cambio de dar el voto a sus verdugos, cosa que hacen felices y meneando la cabecita.
Por eso ven desde la tribuna, apáticos, cómo el desgobierno actual está dedicado como ningún otro antes a destruir lo construido en siglos por mexicanos que no conocieron la pendejada esa de la revolucioncita cubana, dictadura y cárcel caribeña en la que el mesías sueña en sus delirios húmedos que nos convirtamos, con él de celador.
Si sigue el mexicano mirándose el ombligo, al rato ni eso va a tener por estar enterrado, por hambre o porque lo mataron los principales socios y promotores electorales de AMLO y Morena, los cárteles del narco, y lo que se verá es la espina dorsal adentro de un ataúd. Igualito que la República, como consecuencia de esa abulia a participar en la vida pública.
¿Tendremos mexicanos que voten para botar legalmente a un sujeto y una secta que no disimulan que quieren permanecer de forma ilegal en el poder más allá de este sexenio? ¿Qué más necesita pasar para que así sea?
Ay, cómo es cruel la incertidumbre…
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