“Las corcholatas”
Jaime Darío Oseguera Méndez
Es un lugar común decir que cada elección es diferente. Todos los procesos políticos tienen sus particularidades, por las coyunturas o por la participación de nuevos actores. Ya sean partidos que se coaligan o alianzas que se terminan pero la lucha por el poder tiene algunas similaridades en el tiempo. Independientemente del momento, la política electoral siempre tiene su lado obscuro, siniestro.
No importan los golpes de pecho de los actores autocalificándose de buenos, transparentes o progresistas. A la hora de la disputa lo que cuenta no son los golpes de pecho sino las patadas bajo la mesa y cada vez aumentan en cantidad y en fuerza. Si no los ponen en orden, esos chamacos, las “corcholatas” presidenciales, pueden echar a perder el proceso electoral.
La sucesión presidencial del 2024 se adelantó y está llegando a un momento de alto riesgo. Parece absolutamente innecesario, que con tanto tiempo de anticipación, hayan echado a correr desde el gobierno federal, a los personajes con posibilidades para suceder a López Obrador.
Fundamentalmente son tres aspirantes oficiales. Claudia Sheimbaum, la preferida del Presidente, puntera y Jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Marcelo Ebrard, bateador emergente y Secretario de Relaciones Exteriores. Adán Augusto López Hernández, Secretario de Gobernación, carnal del Presidente y opción por cualquier cosa que pudiera presentarse.
También hay un aspirante no aprobado. Externo en el interior del círculo del poder y se trata de Ricardo Monreal, Coordinador de los Senadores de Morena, quien esta misma semana señaló los riesgos de que se haga precampaña como en la selva: sin leyes o violando las que tenemos, y acusó a los otros aspirantes de querer eliminarlo “a la mala” de la carrera por la candidatura, luego de que la Gobernadora de Campeche, el brazo armado del momento, haya tratado de exhibir a Monreal haciendo arreglos con el Presidente del PRI para que Morena ganara la gubernatura de Zacatecas con su hermano David Monreal hace algunos años. Parece que sólo fue un aviso.
Corcholatas fue el concepto con el que los definió el propio López Obrador al decir que ya no había tapados “como antes” porque ahora las cosas “son diferentes”. Entonces están destapados, buscando abiertamente la candidatura, libres de cualquier restricción y totalmente enfrentados entre sí.
El problema no es ese; la política es el medio para luchar por el poder y los partidos son el vehículo legítimo para lograrlo, el asunto es que son funcionarios públicos, tienen sus tareas, no se deberían distraer. No estarán en disposición de renunciar para buscar la pretendida candidatura, como parecería lo ideal en condiciones de piso parejo entre ellos y con otros partidos.
Nadie los puede frenar porque ya están habilitados desde arriba. No importa lo demás: la ley, la oposición, la opinión pública, la transparencia, el partido. El proceso va creciendo, imparable y aumentan los niveles de confrontación. Todos contra todos.
En algún momento el árbitro electoral deberá requerir informes sobre los recursos inmensos que están gastando para promoverse y promocionar su imagen, todos desde las arcas públicas. ¿no era eso lo que la oposición al viejo régimen criticaba y detestaba? El uso de dineros públicos para obtener el beneficio de las candidaturas, fue uno de los elementos más ominosos y antidemocráticos del pasado.
Hoy el árbitro tendrá que regular esos gastos y hacer valer las reglas aplicables. Tal vez por eso se ha confrontado Morena con el INE, para que se mantenga alejado de la tentación de sancionar un proceso que debería estar controlado, silencio, sometido a reglas éticas y límites; donde el triunfador debería ser quien obtenga mejores resultados en las tareas de gobierno que realizan.
No. El proceso se ha vuelto un circo. Con propaganda en redes sociales penosamente ridícula y con la guerra sucia en toda su magnitud. Parece una pelea en el lodo con un gran riesgo para Morena que en este contexto parece ser el único que tiene algo que perder.
El proceso de selección del candidato presidencial no parece ser más saludable ahora que lo conduce la 4T y son más evidentes los golpes bajos y abiertas las luchas
distrae a los actores que prefieren andarse paseando a cumplir con sus responsabilidades políticas. Provoca también un cambio en la agenda de las prioridades nacionales. Estamos discutiendo si uno se pintó de calavera o si la otra hizo aeróbics; el fondo es hacerlos simpáticos para parecer atractivos, transparentes, amigables, pero no estamos en el centro del debate: qué plantean al país quienes aspiran a conducirlo.
La pérdida del poder que tiene un Presidente de la República inicia cuando sus propias huestes se decantan y expresan sus preferencias por los herederos. El poder del patriarca se ve menguado en la medida que ya no es el factor de unidad sino el “factótum”, el dedo decisor, quien establece las reglas y premia o castiga a los que, en su óptica, merecen estar compitiendo. Lo de ahora, se parece mucho a lo de antes.
Habrá que estar muy atentos y cuidar la legalidad de las formas. Lo dijo Monreal al criticar la manera en que se ha llevado este proceso: “cuando en una sociedad, la ley se viola por la propia autoridad sin ningún recato ni consecuencia, el sistema de gobierno comienza a degenerarse y reformarse”. Se llevan fuerte entre ellos.
Hay algo más penoso en todo este drama: que la oposición no existe. Están sumidos en sus propias miserias, disputándose los despojos. Defendiendo sus privilegios pretendidamente obtenidos desde la corrupción y por eso no hay alternativas visibles en las encuestas. La disputa es al interior de Morena. Hacia afuera no parece haber rivales. A ver cómo les sale. Debería ser más ordenado.
Sólo deben recordar lo que le pasó al PRI: la falta de competencia, casi siempre lleva a la incompetencia.