El Presidente Andrés Manuel López Obrador, no quiere escuchar; por lo menos, no a los que él considera “adversarios políticos”. El peligro de esto, es que la cancelación del diálogo, trae consigo, la imposibilidad de la conciliación, el acuerdo y los resultados.
La naturaleza de la mediación y de la conciliación, es comunicar, dialogar para encontrar alternativas de solución a conflictos.
Las sociedades comerciales, se edifican sobre la confianza que trae el diálogo sincero y transparente entre los socios.
El matrimonio, se hace más transitable, en la medida en que las personas dialogan y respetan su visión individual y acuerdan, una visión en común.
Un equipo de futbol campeón, dialoga en la cancha; las palabras, los valores compartidos y el lenguaje corporal, forman parte de la estrategia que los lleva a ganar campeonatos.
Los soldados en combate, deben dialogar –como puedan-, para sobrevivir o para abatir al enemigo.
Pero un político que se niegue a dialogar, simule dialogar o se encierre en sus propios pensamientos o en una visión “personalísima” de las cosas, puede ser presa de ideas paranoicas y fracasar.
Dialogar es de ser humanos; ningún ser vivo en el planeta tierra tiene la capacidad de dialogar con palabras, escuchar, comprender y responder; ningún otro.
Por eso los legisladores, los parlamentarios debaten, porque parlamentar, implica exponer o debatir ideas propias, en un marco de respeto para lograr consensos.
El diálogo es propio de gobernantes astutos, eficaces.
Andrés Manuel López Obrador no quiere dialogar con sus opositores; no con quienes piensen diferente o no vean las cosas como él las cree.
Escuchar y dialogar con los otros, no es malo, al contrario, eso es pluralidad, y escuchar y dialogar en pluralidad, es incluir. Quien incluye, suma y multiplica, quien excluye, resta y divide.
López Obrador no quiso escuchar al Gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, que se acercó a él para presentar pruebas de presuntos vínculos entre el partido político Morena y el crimen organizado.
Cuando respondió, el argumento del Presidente fue uno muy claro: “entiendo que viene aquí porque quiere aprovechar que están ustedes y no es poca cosa La Mañanera, todo lo que aquí ocurre es información y noticia, pero no es el lugar”.
Lo que el Presidente quiso decir fue: “este es mi escenario, uno poderoso y no lo presto”.
El Presidente de México lleva diálogos sordos; pidió que Silvano Aureoles presentara pruebas de sus dichos, y cuando le llevaron esas presuntas pruebas, no quiso escuchar; prefirió cuidar su escenario poderoso y no escuchar aquello que puede ser de interés nacional.
Silvano le pidió audiencia, y el Presidente se la negó, a pesar de que los ciudadanos mexicanos tienen el derecho constitucional de petición, siempre y cuando sea de manera pacífica y respetuosa. Ese derecho, se canceló.
El Presidente no quiere escuchar; quizá piense que el Estado, solo es él.
Lo que pasó con el Gobernador de Michoacán, es el reflejo de lo que sucede en México: los mexicanos tienen un Presidente que no quiere escuchar, que dialoga solo con sus fieles, con sus ideas y con sus deseos políticos que esperaron por décadas para ser realizados.
Imagínese que en aquellas sociedades que mencioné líneas arriba, no se dialoga.
Desde luego, los resultados, son previsibles.