Columnas

¿Fue Buen Fin?

«El Derecho a la Ciudad» de Salvador García Espinosa

El Black Friday (viernes negro) que cada año se celebra en Estados Unidos después del festejo de “Acción de Gracias”, tiene su origen en que marca el comienzo no oficial de la temporada de compras navideñas. De hecho, el término “viernes negro” alude a la contabilidad de las tiendas que se mueven del “rojo” al “negro”, pues cuando los registros contables se llevaban a mano, la tinta roja indicaba una pérdida y el negro una ganancia. Aludiendo a que después de este día, comienzan las ventas a reflejar ganancias en la contabilidad de las tiendas.

En este contexto, el “Buen Fin” inició con la aspiración de constituir la versión mexicana del conocido Black Friday. En 2011, cuando se realizó por primera vez, se buscó concentrar ofertas en comercios y servicios, en uno de los denominados fin de semana largo o “puente”. Obedece a una estrategia meramente económica para incentivar un mayor consumo. Incluso el gobierno federal en algunas dependencias adelanta el pago de una parte del aguinaldo, para fomentar el consumo.

De acuerdo con datos de la Secretaría de Economía (SE), durante el “Buen Fin”  del año pasado se alcanzó un total de 151,000 millones de pesos en transacciones comerciales en tiendas, supermercados, plazas y establecimientos. Este año se esperan ventas superiores a los 165 mil 500 millones de pesos, lo que significaría un crecimiento de 10 por ciento con respecto al año pasado.

A más de una década, se puede decir que se ha ido consolidando la estrategia comercial, hoy se habla de que un 80% de los compradores esperan el “Buen Fin” para realizar compran que han planeado con tiempo con una marcada preferencia por la adquisición de electrodomésticos  y electrónica. Sin embargo, en lo general somos un país con poca o nula educación financiera, la muestra más evidente son los miles de establecimientos que lejos de ofrecer descuentos, sólo terminan ofreciendo compras diferidas, conocidas como “meses sin intereses” y que, es la peor compra, sobre todo si se adquiere ropa, viajes, comida, etc.

El “Buen Fin” es sólo la punta del iceberg del sistema económico, que impulsa un modelo de crecimiento basado en el consumo y que en buena medida se fundamenta en la aparente disponibilidad “inagotable” de energía, como lo es el caso de la gasolina para el automóvil, la electricidad para iluminación y el funcionamiento de todos los motores existentes en cada casa. La base del crecimiento en el siglo XX fue el petróleo, el acero y el automóvil. Hoy, en pleno siglo XXI, se debe comprender que frente a la realidad que represente el Cambio Climático, el tema medioambiental es referente ineludible de actuación y definición de un  nuevo modelo de desarrollo, bajo el cual se inserta un gran debate contra la sobreproducción de objetos por parte de los productores y donde la pieza clave resulta ser, precisamente el consumo permanente y desmedido por parte de los consumidores.

Ante la duda sobre si se compra lo verdaderamente necesario, conviene recordar lo planteado por el sociólogo Pierre Bourdieu, cuando señala que el sentido del gusto está asociado invariablemente a la condición de clase, y que el gusto funciona como un generador de estilos de vida dentro de un sistema de signos distintivos. En otras palabras, los estilos de vida se basan en signos que califican ciertos comportamientos y objetos que terminan siendo la expresión simbólica del estatus. Esto permite comprender porque la gente compra en función de su capacidad de endeudamiento y no de ahorro.

La disminución del consumo representa la gran meta en el siglo XXI, ante los desafíos que presenta el cambio climático. Para quienes piensan que dejar de adquirir un producto o usar una bolsa de plástico no tiene impacto, hay que recordar lo que aconteció durante la pandemia y que propició una baja sin precedentes en el consumo, que generó una disminución de la producción y por lo tanto una reducción en la demanda de recursos naturales, así como de contaminación.

Resulta lamentable observar que las políticas económicas gubernamentales parecen estar desligadas de objetivos a más largo plazo, como los ambientales y los sociales, en términos de mejorar el bienestar de las personas, como sería el contribuir a un ambiente más sano, así como a una educación financiera que garantice el mejor destino del salario, antes que simplemente buscar incentivar una parte de los sectores económicos.

Se esperaría que el gobierno fuera el primero en fomentar la disminución del consumo e incluso invitar a un uso responsable del aguinaldo, asumiendo que el “Buen Fin” como estrategia gubernamental contradice las políticas y esfuerzos en torno a la conservación del ambiente. Ojalá y un día veamos la promoción de un “Buen Fin al Consumo” en el que gobierno y sociedad acordemos disminuir al mínimo nuestros consumos de productos, combustibles, energía, como se logró durante la pandemia, pero ahora de forma voluntaria y como un acción colectiva para la mejora del ambiente.

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